Yugoslavias del mundo árabe

18/Abr/2011

La Nación, Thomas L. Friedman

Yugoslavias del mundo árabe

Opinión Thomas L. Friedman
The New York Times
Domingo 17 de abril de 2011
Cuando estuve en El Cairo durante la insurrección egipcia, quise cambiar de hotel para estar más cerca de la acción y me comuniqué con el Marriot para ver si tenían alguna habitación disponible. La joven egipcia que me atendió me ofreció un cuarto y después preguntó: “¿Tiene usted tarifa corporativa?” Le respondí: “No lo sé, trabajo para el New York Times”. Hubo un silencio, luego dijo: “¿Le puedo preguntar algo? ¿Vamos a estar bien? Estoy preocupada”.
Hice una nota mental de esa conversación porque su tono era el de una persona moderna, el tipo de joven que habría estado en la Plaza Tahrir. Ahora empezamos a ver qué preocupaciones podrían consumirla, en Egipto y en otros países.
Empecemos con la estructura del Estado árabe. Piensen en la ola democrática de 1989, en Europa. Allí, casi todos los estados eran, como Alemania, naciones homogéneas, a excepción de Yugoslavia. El mundo árabe es exactamente al revés: casi todos los estados son como Yugoslavia, menos Egipto, Túnez y Marruecos.
En Europa, cuando se eliminó el puño de hierro del comunismo, los grandes estados, mayormente homogéneos, con tradiciones de sociedad civil, fueron capaces de moverse con celeridad y estabilidad relativas hacia un mayor autogobierno, a excepción de Yugoslavia, que estalló en pedazos. En el mundo árabe, casi todos estos países son conjuntos similares a Yugoslavia de grupos étnicos, religiosos y tribales puestos allí por potencias coloniales, menos Egipto, Túnez y Marruecos, más homogéneos. Sin la tapa dictatorial, podría sobrevenir allí la guerra civil.
Por eso es probable que, por ahora, las revoluciones democráticas en el mundo árabe hayan terminado. Tuvieron lugar en los dos países donde más probabilidades tenían de ocurrir porque toda la sociedad en Túnez y Egipto pudo unirse como una familia y expulsar al “papá” malvado: el dictador. De aquí en más podemos esperar que lleguen “evoluciones árabes”, o guerras civiles de árabes.
Los Estados más promisorios para la evolución son Marruecos y Jordania, donde hay respetados reyes que, si así lo eligen, podrían conducir a transiciones graduales hacia una monarquía constitucional. Siria, Libia, Yemen y Bahrein, países fracturados por divisiones tribales, étnicas y religiosas, bien podrían haber atravesado una evolución gradual a la democracia, pero quizá sea demasiado tarde ya. El primer instinto de sus dirigentes fue aplastar a los manifestantes, y la sangre corrió. Hay tantas quejas acumuladas allí por injusticias entre comunidades religiosas y tribus que, incluso si el puño de hierro se levanta, el conflicto civil podría acabar fácilmente con las esperanzas democráticas.
¿Hay algo que pudiera impedirlo? Sí, un extraordinario liderazgo que insista en sepultar el pasado, no en ser sepultado por él. El mundo árabe necesita sus versiones de Nelson Mandela en Sudáfrica y F. W. de Klerk: gigantes de comunidades opuestas que se alzaron por encima de los odios para forjar un nuevo acuerdo. La población árabe nos ha sorprendido por su heroísmo. Ahora necesitamos que algunos dirigentes árabes nos sorprendan por su heroísmo, su valentía y su visión.
Sigo creyendo que esta revolución árabe era inevitable, necesario y se apoyó en una profunda y auténtica búsqueda de libertad, dignidad y justicia. Pero sin un extraordinario liderazgo, las transiciones árabes van a ser más difíciles que en Europa del Este. Recen por las Alemanias. Tengan esperanza por las Sudáfricas. Prepárense para las Yugoslavias.